El Inspirador Mejorado
Resumen del Libro
No soy un experto en lo concerniente a sacarle los ojos a la gente. No sé qué pinta debe tener alguien a quien se los acaban de extirpar. Supongo que debe ser un espectáculo dantesco, terminaciones nerviosas cercenadas, colgajos de carne desmadejados y sangre por todas partes. Lo de Clara era un trabajo limpio. Allí donde deberían estar sus ojos, sólo quedaban dos agujeros de una negrura insondable. La ausencia de sangre, la ausencia de realidad en lo que supone debe ser que a uno le saquen los ojos, era menos asquerosa pero más aterradora. La cogí del brazo sin mediar palabra y la arrastré fuera de mi habitación. – ¿Qué haces? –gritó asustada. – Jugar con vuestras reglas. Tiré de ella, que no dejaba de tropezarse con sus propios pies, hasta la habitación del tiempo. – Vamos a arreglar esto –anuncié. – ¿Cómo? Abrí la puerta y esperé a que el letrero de neón hiciese su aparición, pero la habitación estaba vacía. – Mierda –mascullé. – ¿Qué pasa? –preguntó Clara, angustiada. – Nada que no tenga remedio. Tiré de ella, esta vez en sentido contrario. Quizá la habitación del tiempo sólo funcionara de noche. Eso me dejaba únicamente una alternativa paralela. Llegué hasta la puerta y le pedí a Clara que adoptara una aptitud de voy a recuperar mis ojos a la de ya. Después abrí la 309 y me encontré con el bar que había visitado mi primera tarde en la casa. El camarero gay me sonrió con un montón de dientes muy blancos y muy bien colocados. Cerré la puerta. – Olvídate de ese licor exquisito que preparas y piensa en una habitación que nos permita viajar unos minutos atrás en el tiempo –le dije a Clara. – No creo que eso sea conveniente. – Hazme caso o te parto la cara. – Me han hecho cosas peores. – Voy a abrir la puerta otra vez. ¡Piensa en lo que te he dicho! – Añade un maldita sea –me sugirió Clara. – La actitud lo es todo. – Eras tú la que quería que fuera más crédulo. ¿No…