La Pureza De Matilde
Resumen del Libro
Carlos Estévez se apoltronaba, medio derrumbado en un sofá y daba grandes y profundas chupadas a un cigarrillo, cuyo humo expelía por boca y nariz y a la vez sus negros e inquisidores ojos seguían perezosos la silueta de Jaly. Hablaba sin cesar, pero tampoco se detenía, de modo que Carlos además de seguirla con los ojos, la escuchaba con la ceja alzada, como si todo cuanto decía Jaly le estuviera sorprendiendo e interesando. —Así que ya lo sabes —farfullaba Jaly al tiempo de moverse con increíble agilidad pese a sus bien cumplidos cuarenta años—, la abuela Inés nunca le dio explicaciones, el notario tampoco lo hizo y tú andabas por el mundo viviendo tu vida. Apareciste por aquí hace un año justamente cuando falleció la caduca señora Navarro. Me topaste a mí, que bregué siempre con todo este tinglado en calidad de veterinario, de jefe, de administrador y de viuda de un sinvergüenza que hizo muy bien al fallecer de accidente.