Tierra De Nadie
Resumen del Libro

Naciones, patrias, países… Todos ellos conceptos vagos y difusos, de difícil definición incluso para aquellos que creen firmemente en ellos. Como los dioses y las religiones, las naciones y los nacionalismos son creencias y ficciones que buscan ensombrecer y dificultar la comprensión del mundo. La nación es simplemente un disfraz del Estado. Y el nacionalismo es la forma de pensarlo. Porque el nacionalismo sólo remite a la construcción de un poder, sin principios ideológicos específicos ni valores humanos que ayuden al desarrollo de la sociedad. Es por ello que ideológicamente encaja tanto con religiones como con marxismos, con liberalismos o con socialdemocracias, y otras tantas formas de pensar la sociedad que desembocan en un mundo parcelado en jerarquías. Políticamente es una ideología vacía, no va más allá de articular un poder y edificar una autoridad. No obstante, este vacío tiene una gran utilidad: socialmente el nacionalismo articula a ricos y pobres como si tuviesen algo en común. Los embarca en una misma causa: la que privilegia a unos y excluye a otros. Fundamenta y legitima la desigualdad en la vida social, introduciendo una visión etnicista, cuando no xenófoba, de los propios frente a los otros. Inventa categorías de ciudadanos, unos con derechos frente a otros que sólo deben, y pueden, aspirar a su integración en la comunidad. Socialmente es una ideología racista. Para ello, necesita alimentar una cultura más basada en criterios de diferencia que en su calidad y potencialidad humana. Se buscan folclorismos, danzas, tradiciones… todo sirve para mostrarse a sí mismos la diferencia con los demás. Con ello, el nacionalismo tiende a encerrar estas joyas del pasado, a impedir que se contaminen de otros elementos que amenazarían con hacer perder el brillo de lo provinciano. La cultura nacional es una cultura estanca, que tiende a lo grotesco y a lo muerto. Culturalmente, el nacionalismo son aguas…